martes, julio 01, 2003

Terminamos al amanecer. Ahora sólo queda esperar el regreso de las correcciones de la carnavalesca revista.
Ni hablar, los pollos rigen; curiosamente rax es presa de la misma maldición pollesca. La sincronía existe.
Pollo 2: La casa de la abuela era el nido de la infancia. En todas las paredes del jardín colgaban pequeñas jaulas; cada una albergaba un pájaro diferente, algunas contenían una pareja y por supuesto un nido de plástico que terminaba acunando diminutos huevitos blancos. Limpiar todas esas jaulas robaba un par de horas matutinas (los pájaros deben limpiarse a diario). Cambiábamos el trozo de periódico que cubría el piso, el manojo de vaina y soplábamos sobre el alpiste para eliminar las cascarillas; cambiar el agua era nauseabundo, toda ella infestada de excrementos diminutos, viscosos, y de plumas remojadas. Yo ayudaba a la abuela por mera empatía. Desde que entrábamos al cuarto de los pájaros, donde dormían, un hedor característico llenaba mis pulmones (lo recuerdo con precisión). Los pollos son de una fragilidad pasmosa. Recuerdo el canto de un zenzontle, y de un gorrión que cuidó la abuela: lo encontró bajo la higuera, con un ala rota; tenía el pecho rojo como colorín, al pasar los días de cautiverio el rojo se tornó amarillo oro (ella decía que comían ciertos insectos que provocaban ese tinte).
Todas las mañanas la abuela realizaba el mismo ritual, jaula por jaula. Sólo una vez modificó aquella cotidianidad. La noche anterior una de las ventanas, del cuarto de los pájaros, se había quedado emparejada. La abuela maldecía: todas las jaulas estaban volteadas o ladeadas, había plumas por doquier; plumas y pequeños cuerpos decapitados, algunas cabecitas con picos o simples jirones de carne. Los pocos pájaros que aún quedaban dentro de su jaula yacían muertos (ella decía que fácilmente morían de susto). Recogió cada vestigio animal, los arrojó en una palangana para luego incinerarlos en el boiler (aquellos boilers de combustible). Sólo una palabra se filtró en su silencio: mientras señalaba una huella sanguinolienta dijo “gatos”.

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