La sucesión de pensamientos e imágenes es curiosa; imagino un gran hilo donde algo engarza piezas de distintas formas y tamaños: pequeños abalorios, de vidrio o plástico; trocitos de ámbar sin pulir, guijarros, caracolas, guanos fosilizados, un trozo de galleta salada. No importan las piezas sueltas sino el todo que logra una unidad. Trato de imaginar qué clase de cordeles usa el vecino, los niños, ciertos amigos; si engarzan a mano o con una aguja de costura (o de sutura).
Hacía logos para una tienda de plantas, una clienta nueva que envió la del Reiki (cliente satisfecho, ejem); un logo tiene una sombra de helecho. La relación helecho-tristeza (derivada de la anécdota Reiki-perro) me hizo recordar a Paul Celan (quien tiene un uso peculiar del helecho); la obsesión engarzó su piedrita y me llevó al librero ¿en qué maldito libro estaba el versito? Pasaron los minutos y me regresé al logo. No encontré el helecho pero se quedó el perro, y con el perro un amigo imaginario de infancia que hace tiempo no recordaba; ¿un amigo? pero si tuve dos, y el segundo no hablaba de helechos sino de las flores de un cuadro ¿qué cuadro era? Otro logo tendrá una flor. Interrumpo. Me fui de nuevo al librero para buscar al pintor o al cuadro o al amigo imaginario que dejé por ahí olvidado. Maldición. No encontré el cuadro pero sí (ya para qué) el helecho de Celan, verde como todo allá afuera (cómo llueve). Dejé el libro a medias, terminé los logos. Y se quedan esperando el amigo imaginario, un cuadro sin nombre y un reguero de abalorios.
jueves, julio 10, 2003
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