sábado, julio 26, 2003

Mèrde, un leve cosquilleo en la cintura me despertó sólo para descubrir otro breve cosquilleo en una pantorrilla que se duplicó en la otra; luego en un brazo, en la espalda: por todos lados.
Ronchas. Ronchas por todos lados; y no son de mosquito (hace dos años que los mosquitos huyen de mí, a saber). Supongo que una estúpida pulga soñó conmigo (ayer entró un cachorro, y lo pusieron a juguetear en mi cama); espero que sea una pulga ¿y si es otro bicho? Además soy el único habitante de esta casa con ronchitas.
Revisé la cama, las almohadas, las sábanas; me pusé neurótica y paranaoica. Ya fumigué el cuarto. Y a pesar de todas estas acciones de escuadrón de la muerte, no se me quita la comezón de todo el cuerpo.
A esta reacción le llamo Mimiquis. Mimiquis y yo somos viejas conocidas: ella vive en los hervideros de pequeños insectos, en el zumbido de otros, y en las fotos de sus antenosos rostros. Mimiquis ahora es más pequeña, antes era un cíclope capaz de lograr que arrojara mi almohada de plumas al clóset, años ha, después de leer el Almohadón de Plumas.
Más le vale a Mimiquis no acompañarme a la boda. Mejor fumigo dos veces.

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