martes, julio 15, 2003

Suena contradictorio tener por un lado una creciente obsesión por la fragilidad de las cosas y el irremediable olvido que cubrirá todo, y por otro la afición de buscar imágenes de huesos por doquier. La contradicción no existe si entramos en el territorio de las certezas.
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imagen robada a julio
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Desde una palabra, una anécdota, una persona hasta un simple pedazo de papel contienen la posibilidad dual de seguir presentes o de repente desaparecer. Ningún adivino, o estadísta, podrá decir cuándo sucederá qué. Esta fragilidad cimbra, y nos incita a ser lectores voraces, observadores o inhábiles guardianes de aquello que llegue a nuestro pensamiento. Y esto no basta pues al igual que ese mundo que nos empeñamos en acunar, somos perecederos.
Los huesos son el consuelo que da la certeza; la certidumbre de que lo sucedido no tiene posibilidad de mutación. Los osarios son la alegoría perfecta del estático apacible.

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